Bad Boy nos muestra la mítica colaboración entre Frank Miller y Simon Bisley. Presenta a Jason, un chaval que descubre que sus padres no son quienes pensaba: él es en realidad el resultado de un experimento. Originalmente creado en forma serializada dentro de la revista masculina GQ, Bad Boy es un imprescindible cómic a redescubrir
En Bad Boy Miller nos narra las aventuras del pequeño niño fumador Jason, atrapado en una especie de «Gran Hermano» vigilado por unos androides maléficos e implacables que le vigilan.
«Bad Boy» es la historia de un niño que despierta en un hospital una y otra vez, en un reiterado deja vu, acompañado por unos padres de los que sospecha que en realidad no lo son y de los que, también una y otra vez, intenta escapar. Junto a estos padres falsos, un ejército de robots vela porque Jason no tome conciencia de que el mundo en el que vive es una ficción. Nada muy diferente de lo que le ocurría a Jim Carrey en «El show de Truman».
En realidad, se trata de una vuelta de tuerca más a una temática inaugurada por Aldous Huxley en su obra «Un mundo feliz», la primera de una serie de fábulas, que luego recuperarían autores como Orwell o Dick, y que gira en torno al sometimiento claustrofóbico del individuo a los designios del Estado, argumento que recuperan en esta saga Miller y Bisley, sin aportarle ninguna novedad especialmente sustancial.
Una historia con carencias con unas ilustraciones que sí conmueven y transmiten la inquietud que debería desprenderse de un argumento que no termina de explotar y que además sufre por manido.
Miller, el primer espada del cómic contemporáneo, capaz de revigorizar a personajes de capa caída y devolverles al estrellato dándoles un giro a sus características acorde con los nuevos tiempos, como hizo con el mítico Batman, no encuentra en esta obra la veta para plasmar su acreditada originalidad artística. En lo narrativo, «Bad Boy» no es ninguna de las joyas memorables a las que este autor nos tiene habituados ni la historia tiene demasiada enjundia. No la hay en las aventuras de un chaval que despierta sistemáticamente torturado por unos captores que dicen ser sus benefactores. No, porque no se va más allá de eso.
De cualquier modo, y es justo decirlo, desgranada en fascículos, la historia de «Bad Boy» puede suponer un entretenimiento sugerente y mantener el suspense mucho más de lo que lo hace un volumen recopilatorio de unas pocas páginas. Además, el socio de Miller, en esta aventura, el dibujante británico Simon Bisley, completa una historia con carencias con unas ilustraciones que sí conmueven y transmiten la inquietud que debería desprenderse de un argumento que no termina de explotar y que además sufre por manido.
Bisley es un dibujante que despierta pasiones enfrentadas y que se ha ocupado también de personajes de peso como el hombre murciélago de Gotham o Juez Dredd. Con «Bad Boy», hace honor a su reputación de no dejar nunca frío al lector, al que envuelve con una ambientación y unos personajes tan expresivos como inquietantes. A la claustrofobia que persigue la historia y que Miller no consigue sí se acercan las viñetas de Bisley. También al resquicio humorístico que supone el personaje de Jason, un crío menudo pero fumador empedernido. En definitiva, el trazo de Bisley es lo mejor de una obra que sin duda queda lejos de las mejores de su ínclito guionista.
En Bad Boy Miller nos narra las aventuras del pequeño niño fumador Jason, atrapado en una especie de «Gran Hermano» vigilado por unos androides maléficos e implacables que le vigilan.
«Bad Boy» es la historia de un niño que despierta en un hospital una y otra vez, en un reiterado deja vu, acompañado por unos padres de los que sospecha que en realidad no lo son y de los que, también una y otra vez, intenta escapar. Junto a estos padres falsos, un ejército de robots vela porque Jason no tome conciencia de que el mundo en el que vive es una ficción. Nada muy diferente de lo que le ocurría a Jim Carrey en «El show de Truman».
En realidad, se trata de una vuelta de tuerca más a una temática inaugurada por Aldous Huxley en su obra «Un mundo feliz», la primera de una serie de fábulas, que luego recuperarían autores como Orwell o Dick, y que gira en torno al sometimiento claustrofóbico del individuo a los designios del Estado, argumento que recuperan en esta saga Miller y Bisley, sin aportarle ninguna novedad especialmente sustancial.
Una historia con carencias con unas ilustraciones que sí conmueven y transmiten la inquietud que debería desprenderse de un argumento que no termina de explotar y que además sufre por manido.
Miller, el primer espada del cómic contemporáneo, capaz de revigorizar a personajes de capa caída y devolverles al estrellato dándoles un giro a sus características acorde con los nuevos tiempos, como hizo con el mítico Batman, no encuentra en esta obra la veta para plasmar su acreditada originalidad artística. En lo narrativo, «Bad Boy» no es ninguna de las joyas memorables a las que este autor nos tiene habituados ni la historia tiene demasiada enjundia. No la hay en las aventuras de un chaval que despierta sistemáticamente torturado por unos captores que dicen ser sus benefactores. No, porque no se va más allá de eso.
De cualquier modo, y es justo decirlo, desgranada en fascículos, la historia de «Bad Boy» puede suponer un entretenimiento sugerente y mantener el suspense mucho más de lo que lo hace un volumen recopilatorio de unas pocas páginas. Además, el socio de Miller, en esta aventura, el dibujante británico Simon Bisley, completa una historia con carencias con unas ilustraciones que sí conmueven y transmiten la inquietud que debería desprenderse de un argumento que no termina de explotar y que además sufre por manido.
Bisley es un dibujante que despierta pasiones enfrentadas y que se ha ocupado también de personajes de peso como el hombre murciélago de Gotham o Juez Dredd. Con «Bad Boy», hace honor a su reputación de no dejar nunca frío al lector, al que envuelve con una ambientación y unos personajes tan expresivos como inquietantes. A la claustrofobia que persigue la historia y que Miller no consigue sí se acercan las viñetas de Bisley. También al resquicio humorístico que supone el personaje de Jason, un crío menudo pero fumador empedernido. En definitiva, el trazo de Bisley es lo mejor de una obra que sin duda queda lejos de las mejores de su ínclito guionista.
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